Cuando entre al cementerio aún iba con la sensación extraña de saber si seria capaz de ver la lapida de mi madre. Durante todo el trayecto del bus me fui haciendo ejercicios de respiración para mantener la calma y lentamente el oxigeno invadió mi cuerpo y comencé a liberar el stress que el viaje y el calor empezaban a generar en mi.
Cuando entre al cementerio me percate que era un día radiante como nunca y recordé lo mucho que me encantan los cementerios, por la amplitud de sus prados, y por aquello tan mágico que parece coexistir en un ambiente que para muchos es de fatalidad y dolor inconmensurable. Un algo que pareciera flotar en el aire como si fuesen las almas de todas esas personas flotando a tan solo centímetros del pasto verde, entre medio de los arboles antiguos y de aquéllos arbustos que se mecen suavemente por un viento que sopla en varias direcciones al mismo tiempo.
Y es casi todo como sacado de una película. Yo caminando por un sendero en un prado lleno de senderos, de lapidas, flores repartidas por todos lados, juguetes de niño y bellos artefactos que solo gracias al viento pueden cobrar vida. Yo caminando por un sendero sereno, con las flores recién compradas, aroma fresco de un pasto que pareciera extenderse hasta el infinito en el horizonte. Caminando como flotando en el aire, como si todo fuera algo tan increíble. Increíble porque siempre pensaste que estaba tan lejano y ahora allí vas con tus flores y tu artefacto que solo cobra vida con el viento, rumbo al sector C5 fracción 2290 a ver a la persona que te dio la vida, la madre suprema, el símbolo arquetípico mas grande que puede existir en la vida de todo hombre, que ahora derrumbado habita en tu alma en ausencia de un cuerpo que puedas ver, tocar y oír. Ajeno a todos tus sentidos que están acostumbrados a suplicar sentir algún estimulo.
Cuando me senté mire a mí alrededor e imagine inmediatamente el cuerpo de mi madre desintegrándose en una mezcla de huesos, carne y cabellos. Me puse a pensar en el proceso de descomposición de los cuerpos y por momentos tuve ganas de escarbar como loco la tierra para ver el rostro desfigurado de mi madre, sus pedazos maltrechos estallando en miles de colores sangrientos y pestilentes. Este instinto salvaje y primitivo, sin embargo, forma parte de las sombras que radican en todo ser humano y comprendí rápidamente que no era necesario escarbar para entender que aquel cuerpo ya no era el mismo sino una atrocidad bella envuelva en capas de tierra y pasto. La muerte es así y hemos de acostumbrarnos a su presencia.
Mientras pasaban los minutos intercale silencios son una especie de conversación con mi madre, renové los fotos de lealtad hacia ella y le dije que pesé a lo distintos que somos y pese a no comprendernos mucho yo la liberaba de todo, de la misma forma en que mi libertad absoluta ahora era un regalo de ella hacia mí.
Su ausencia como todas las ausencias deja siempre un hueco infinito en el alma pero es al mismo tiempo la cantidad exacta que requiere la balanza para inclinarse hacia la transformación total de toda la especie humana. Y en este momento la transformación de mi corazón, que es en esencia el proyector que me muestra luego las imágenes de mi vida impresas en aquel mundo que llamamos “Exterior”.
El cementerio esta dentro mío y todos esos muertos que flotan sobre el pasto viven en mi y caminando por el sendero en medio de los prados pude sentir en mi piel millones de años, décadas especificas y dolores permanentes de vidas maravillosas acabadas por mil motivos. Y por un instante yo era la muerte que caminaba entre medio de los arboles y prados, majestuosas, llevando flores a su victima que no es una sola, sino el símbolo infinito de todas las muertes de aquel lugar y de todos los lugares. El descubrimiento es que nosotros al cruzar el umbral del cementerio nos vestimos y somos la muerte, nos encadenamos a mitos antiguos y reverencias que durante siglos han permanecido en la psique de la humanidad volviendo sagrado cada paso hacia la lapida indicada, hacia el familiar que no se ha olvidado. Y que por cierto, nunca se olvidara.
Soy la muerte caminando por el sendero en medio de los prados eternos y soy el perro fiel de mi madre que se recuesta sobre el pasto a la espera de la orden que solo pareciera provenir de allá lejos, una voz lejana entre la nubes que cae en el suelo, perfora la tierra y se conecta con el infierno mas profundo, en donde todos los ragnaroks han ocurrido y en donde mi madre vive abrazada a su ultima esperanza, que es el deseo profundo de verme a mi también envuelto en ese pasto y en esa tierra, hogar de santos, gusanos, huesos y almas diversas.
Almas diversas como Agustín, vecino de mi madre en la lapida cercana que llamó mi atención porque había en ella amontonados varios peluches. Lapida que indicaba fecha de nacimiento 2008. Lagrima que derrame con más intensidad que por mi madre, porque de mi madre tengo la confianza de que vivió sus años y murió en su ley. Pero del pequeño Agustín solo tengo la certeza de la inocencia y el dolor de una familia entera que decidió honrarlo con sus peluches, que ahora sin nombres llevaban la mirada perdida, apretujados como todos los huesos que están debajo de los grandes y hermosos prados.
La danza de los huesos, carne putrefacta, líquidos y gases combinados con un paraíso terrestre de tranquilidad para honrar a todos nuestros muertos. Porque la vida es bella y la muerte con sus grotesca llamarada infernal lo es también. Porque sin ella la sabiduría se perdería entre las estrellas solitarias, en un cementerio sin muertos ni memoria.
Porque la sabiduría esta muerta y es su recuerdo el que nos hace comprender sentados en el cementerio, frente a quien amas, que llevas el destino de los prados eternos en tu mano.
Con afecto para Maria de las mercedes Barrios Farias.
Y para todos quienes ahora son sus compañeros y por tanto mis amigos.